
El muchacho, Gil, (Owen Wilson) es un escritor de guiones para Hollywood, con más dudas que Samantha (diría Diegote) y con ganas de dejar todo para dedicarse a ser escritor, con mayúsculas. Sueña con quedarse allí, ya que ama a la ciudad de las luces y sus dorados años ´20.
El temita es que su (futura) mujer (Rachel McAdams) no quiere hacer “locuras”. La aterra la posibilidad de que Gil deje de ganar dinero. Así también piensa su madre y su padre: un republicano en cuyo equipo ideal, sin dudas, jugarían: George W., Sarkozy y nuestros cercanos ingenieros, el de más acá de la Cordillera y el de más allá.
Una noche, en la que no quiere acompañar a su mujer a cenar con un amigo de ella, un insoportable, engreído y pedante barbeta, Gil se pierde, por la ciudad, caminando. Debido a cierto hechizo, magia, o vaya a saber qué cosa, a la medianoche, se transporta a sus añorados años ´20. Allí, durante las sucesivas noches, se irá encontrando con muchos escritores, pintores, músicos… Esto le va a servir a Gil para sacarse sus dudas, aprender, tomar decisiones.
Los personajes con los que se encuentra están retratados de una manera caricaturesca, por así decirlo. Un Hemingway siempre borracho y con ganas de pelear, Un Dalí egocéntrico y obsesionado con rinocerontes. Algo así como si en la versión argentina, Borges y Bioy se turnaran para clavarle alfileres a un muñeco vudú del General.
Woody construye la película sobre la idea conocida y tremendamente expandida de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Vemos las ganas de rajar que, a veces, nos da el presente, y el refugio que puede significar lo ya dejado atrás, lo hecho, el pasado como algo idealizado.
Una película muy linda, muy entretenida y un final que da ganas de creer, aunque sea por un rato, en aquella hermosa frase del flaco Luis Alberto: “aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”. Que así sea.
Calificación: 3 y ½ Chettis.
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