jueves, 27 de octubre de 2011

Natural born Killers

Mallory Wilson (la descocada de Juliette Lewis) es una joven que vive con sus padres y su pequeño hermano. Estos 4 podrían conformar la típica familia americana, pero hay unos pares de detalles bien piolas que tiran al carajo la definición de “típica”: el padre es un borrachón de aquellos (con una violencia física y mental que harían quebrar al mismísimo Barreda) que abusa de su hija en cada oportunidad que tiene, y la madre es una cobarde que baja la cabeza y acepta el infierno que la rodea sin chistar. El futuro de la joven Mallory pinta mal, sin posibilidades de escapar de la dictadura de su beodo padre, hasta que un día suena el timbre de su casa…
¿Quién era? El delivery de la carnicería, ¿quién va a ser?
Pero hete aquí que el repartidor no era cualquiera, sino que era el limonazo de Mickey Knox (interpretado por el genio Woody Harrelson), un joven atlético, carismático y totalmente desquiciado, quién se enamora a primera vista de la joven Mallory. A ella se le vuela la capelu al verlo, y juntos escapan en el auto de papa borrachón.
La aventurita no dura mucho, y Mickey queda a la sombra por grand theft auto. Pero lo que el abusón no vió venir era que el loco de la carne iba a escapar de la cárcel y salir derechito para la casa de su enamorada (como diría Nestor, ESTA SI QUE NO TE LA ESPEEEERABAS!), con más sed de venganza que Los Horneros contra el gordo Botijón, después que el alcohólico juez les robara un partido increíble contra Flamengo (¿quién puede olvidarse de las puteadas del “Pelado Verga” al gordinflón arbitro? Que epocas…). El resultado fue un tanto exagerado: Mickey y Mall asesinan a sangre fría a don borrachón y señora (ahogando al primero y quemando viva a la segunda) y escapan, “liberando” a su pequeño hermano (y dejándole una abultada cuenta bancaria a su futuro psicólogo).
De aquí en más, los Knox se “casan” y emprenden un viaje de ida, matando a todo aquel que se les cruza en el camino, pero dejando siempre a 1 del grupo vivo para que cuente la historia (al mejor estilo Keyser Sose en The Usual Suspects). En poco tiempo, y gracias a la inflada que les pega la prensa, encabezada por Wayne Gale (Robert Downey Jr.), Mickey y Mallory se convierten en los asesinos en serie más famosos, y en ídolos y “modelos” de la perdida juventud yanqui (acá iría nuestra carita con los ojos para arriba al estilo “amigo de De Renzis”). Ellos serán perseguidos por un container lleno de policías, entre los que se destaca el detective Jack Scagnetti (interpretado por Tom Sizemore, gran actor, excelente padre de familia, y un drogón de aquellos, que hace un par de meses cayó en naca por enésima vez), quién tiene una pequeña y oscura obsesión con los asesinos en serie…

Dirigida por Oliver Stone, la peli va y viene entre una trama estructurada y un caos total, mezclando todo tipo de escenas: muy locas (que hacen recordar a la genial A clockwork orange), dibujos animados, flashes psicodélicos/satánicos y pequeñas sitcom (que tratan temas tan oscuros y fuertes que las risas de fondo te ponen la piel de gallina), pero todas con un denominador común; sangre en cantidades industriales. Nos muestra como la prensa sensacionalista convierte en ídolos a este par de limones, y como la gente compra sin vacilar, llegando a manifestarse públicamente a favor de ellos. El elenco lo completa Tommy Lee Jones, de gran actuación.
Fue inspirada en la historia de Charles Starkweather y Caril Ann Fugate quienes asesinaron a 11 personas entre Nebrasca y Wyoming a finales de los años 1950 (tres de esos muertos eran la madre, la hermana y el padrastro de ella).

Datito de color: el guión original fue escrito por Quentin Tarantino y revisado por Stone y otros 2 guionistas, quienes cambiaron el foco de la historia (que en el de Quentin estaba centrada en Wayne Gale, Robert Downey Jr.) y la centraron en Mickey y Mallory. Como era de esperar, Quentin no estuvo de acuerdo, repudió el guión y pidió que se sacara su nombre de los créditos (por eso solo aparece como story by Quentin Tarantino) argumentando que "Oliver Stone había edulcorado su guión" jajaja. Menos mal Quentin, si no la sangre no nos iba a dejar ver nada hermano!

Le doy 4 guiditos


domingo, 16 de octubre de 2011

Midnight in Paris

Superadas las ganas de volver a caminar por esta ciudad que generan las imágenes del comienzo (una serie de postales en movimiento, amontonadas, sin mucha gracia), podemos concentrarnos en la película en sí y su historia: una pareja a punto de casarse que viaja a París, acompañando a los padres de ella.

El muchacho, Gil, (Owen Wilson) es un escritor de guiones para Hollywood, con más dudas que Samantha (diría Diegote) y con ganas de dejar todo para dedicarse a ser escritor, con mayúsculas. Sueña con quedarse allí, ya que ama a la ciudad de las luces y sus dorados años ´20.

El temita es que su (futura) mujer (Rachel McAdams) no quiere hacer “locuras”. La aterra la posibilidad de que Gil deje de ganar dinero. Así también piensa su madre y su padre: un republicano en cuyo equipo ideal, sin dudas, jugarían: George W., Sarkozy y nuestros cercanos ingenieros, el de más acá de la Cordillera y el de más allá.

Una noche, en la que no quiere acompañar a su mujer a cenar con un amigo de ella, un insoportable, engreído y pedante barbeta, Gil se pierde, por la ciudad, caminando. Debido a cierto hechizo, magia, o vaya a saber qué cosa, a la medianoche, se transporta a sus añorados años ´20. Allí, durante las sucesivas noches, se irá encontrando con muchos escritores, pintores, músicos… Esto le va a servir a Gil para sacarse sus dudas, aprender, tomar decisiones.

Los personajes con los que se encuentra están retratados de una manera caricaturesca, por así decirlo. Un Hemingway siempre borracho y con ganas de pelear, Un Dalí egocéntrico y obsesionado con rinocerontes. Algo así como si en la versión argentina, Borges y Bioy se turnaran para clavarle alfileres a un muñeco vudú del General.

Woody construye la película sobre la idea conocida y tremendamente expandida de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Vemos las ganas de rajar que, a veces, nos da el presente, y el refugio que puede significar lo ya dejado atrás, lo hecho, el pasado como algo idealizado.

Una película muy linda, muy entretenida y un final que da ganas de creer, aunque sea por un rato, en aquella hermosa frase del flaco Luis Alberto: “aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”. Que así sea.

Calificación: 3 y ½ Chettis.